
Hace unos días nos llegó un mensaje a la plantilla donde la
empresa celebraba un 12,6% más de ingresos brutos (Gross Revenue) y un 16,8%
más de beneficios operativos ajustados traduciéndose como rentabilidad
(Adjusted EBITA) respecto al año anterior. ¿Qué significa esto en la práctica?
Que la empresa ha ganado más y lo ha hecho de forma más rentable.
¿Y tú qué has ganado?
Tus condiciones siguen igual o han empeorado. No hay subidas
salariales proporcionales. Se siguen produciendo
despidos masivos y las bajas voluntarias no dejan de crecer. Pero no se
trata de salidas libres, sino de abandonos forzados tras años de desgaste,
precariedad y presión. Reducen
costes a costa de nuestra salud, y así multiplican sus beneficios.
El siguiente puedes ser tú.
El “éxito colectivo” que no llega a todos
Según Gartner, la empresa se posiciona como una de las de
mayor crecimiento de su región. Pero ese “valor” que tanto proclaman no se
reparte de forma justa. No se refleja en nuestros sueldos, en nuestras
condiciones ni en nuestra estabilidad. ¿De qué sirve que el mercado nos
reconozca si dentro no se reconocen nuestros derechos?
Este discurso apela al orgullo colectivo, al “potencial
compartido”. Pero lo cierto es que ese potencial no es una promesa para ti. Es
una herramienta para postergar cualquier mejora real.
“Somos un equipo”: el gran espejismo
Nos dicen que hay que seguir “perfeccionando lo que
dominamos” y “permitirnos fallar cuando innovamos”. Habla de ambición,
curiosidad, crecimiento. Pero…
¿Quién es ese “nosotros”?
Se borra toda distinción entre empleados y directivos. Pero
mientras nosotros sufrimos burnout, inseguridad y recortes, ellos recogen las
ganancias.
¿Qué implica ese mensaje?
Nos piden ser más eficientes, aprender más, dar más… sin
ofrecer nada a cambio. Nos piden fallar “para aprender”, pero si el error
cuesta dinero, el coste lo paga el trabajador, no la empresa. Nos dicen que
crezcamos, pero no nos garantizan ni ascensos, ni estabilidad, ni mejoras
salariales. Solo más presión.
¿Y esa “formación constante”?
Se convierte en una obligación moral: si no estás siempre
formándote, autoexplotándote con entusiasmo, eres prescindible. Esta exigencia
no viene acompañada de oportunidades reales. No es un derecho, es una trampa.
El cierre emocional: otra trampa
El discurso acaba como siempre: “Gracias por vuestro
compromiso, por vuestra pasión. Vamos a por un FY25 lleno de oportunidades”.
¿Pasión por qué? ¿Para quién?
No basta con trabajar. Ahora tienes que hacerlo con amor,
entrega y vocación. Pero esa “pasión” ya no es libertad: es una exigencia
moral, una forma de control emocional. La empresa quiere que creas que eres
parte de una gran familia, de una historia común. Pero esa historia no es tuya:
los beneficios no se reparten igual, los riesgos tampoco.
¿De verdad vienen oportunidades?
Lo que viene es más presión, más objetivos, más sacrificios.
Las oportunidades no están pensadas para ti, sino para quien se beneficia de tu
esfuerzo.
No te dejes arrastrar por el relato empresarial
Todo este discurso está diseñado para construir
consentimiento. Para que trabajes más, cobres lo mismo, y lo hagas con orgullo.
Para que aceptes un modelo profundamente desigual creyendo que formas parte de
algo más grande.
Pero tú lo sabes: ese “algo más grande” no paga tus
facturas, no protege tu salud mental, no asegura tu futuro.
La solución no es individual, es colectiva
La empresa celebra su éxito mientras profundiza nuestra
explotación. Esta es su lógica: apropiarse del valor generado por los
trabajadores y devolver solo lo mínimo necesario para sostener la producción.
Nos exigen obediencia, entusiasmo y formación constante, pero no para
liberarnos, sino para volvernos más funcionales a su maquinaria de acumulación.
Nos hacen creer que su crecimiento es también nuestro, pero
esa es la trampa ideológica que garantiza su negocio. Frente a esto, no basta
con indignarse ni con trabajar más duro. Lo que necesitamos es poder. Poder de
clase, para decidir, para negociar, para transformar. Y ese poder no nace del
esfuerzo individual, sino de la organización colectiva.
Porque mientras no rompamos esta estructura desigual, cada
punto de crecimiento que celebren será una derrota más para quienes sostenemos
todo con nuestro trabajo.
Afiliarse a un sindicato de clase como ASC es el primer paso
para recuperar la voz, defender lo que nos pertenece y construir una
alternativa que no se base en el sacrificio constante de los de siempre.
No te confundas: el problema no eres tú. El problema es estructural. Y se combate de manera organizada por los que no aceptan callar ni regalar su fuerza de trabajo a cambio de migajas.
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